Ana Mendoza y de la Cerda, princesa de Éboli.
Mi figura destacable que he querido recuperar es Ana Mendoza y de la Cerda, princesa de Éboli.
Tal y como he comentado
anteriormente, soy archivera y he trabajado en el Archivo Histórico de la
Nobleza. En esta institución se creó tanto en el año 2019 como en el 2023 una
exposición titulada “Mujer: Nobleza y Poder”, en la cual se destacó las grandes
figuras femeninas de la historia de España. Donde a pesar de todo, muchas damas
nobles, con frecuencia desbordaron el rol misógino tradicionalmente asignado a
las mujeres en la familia, el espacio doméstico o el ámbito público, para tomar
las riendas de su propia existencia, de su linaje o incluso de todo un estado
señorial.
Éstas, haciendo uso de sus privilegios, pero también de los resortes legales que socialmente les estaban permitidos, fueron capaces de articular sus propios espacios de poder más allá de su ámbito familiar y doméstico. Gobernaron e impartieron justicia como señoras de vasallos, fueron activas mecenas y promotoras del arte. Participaron e intrigaron activamente en la Corte y en la vida política y social de su propia época mediante relaciones sociales y redes familiares que les posibilitaron el acceso al poder y a la Corte como medio de promoción personal y social, algo vedado a mujeres de otros estamentos y nivel económico[1].
Ana Mendoza y de la Cerda,
princesa de Éboli, ha sido junto a otras mujeres destacadas en mi ámbito de
trabajo. Ana pertenecía a la casa de Mendoza, una de las familias castellanas
más poderosas de su época. Fue la única hija del matrimonio de Diego Hurtado de
Mendoza y de la Cerda. Se casó con Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli. Ana
solicitó junto con su marido dos conventos de la orden religiosa de las carmelitas
descalzas en Pastrana. Entorpeció las obras porque quería que se construyesen
según sus dictados, lo que provocó numerosos conflictos con monjas, frailes, y
sobre todo con Teresa de Jesús, fundadora de la orden.
A la muerte de su marido, volvió
a la Corte madrileña e intentó ascender rápido intentando preservar su herencia
paterna e intereses. Tuvo gran habilidad en la intriga, heredada de su madre y
de los Mendoza. La leyenda dice que fue la supuesta amante de Felipe II (lo que
niegan Marañón y otros autores) y de su Secretario Antonio Pérez a la vez[2].
La leyenda de sus amores con
Felipe II ha sido muy usada en la literatura y, por supuesto, en la
"leyenda negra". Lo que sí fue cierto era que Escobedo había
descubierto sus amores con Antonio, logrando que Ana odiara por ello a
Escobedo. La posible denuncia debida a la lealtad de Escobedo al marido muerto
seguramente enfurecería por el escándalo al rey Felipe II. El caso es que junto
con Antonio, Ana instigó el asesinato de Juan de Escobedo (secretario de D. Juan
de Austria) en 1578. Felipe II conoció los manejos políticos de Antonio Pérez
y, con paciencia, fue preparando su caída. Finalmente Ana fue arrestada con
Antonio en 1579, desterrada por Felipe II a Pinto, Santorcaz y luego a Pastrana
en 1581, donde morirá atendida por su hija menor Ana de Silva y tres criadas[3].
Pocos personajes de la
historia de España han sido tan discutidos, vilipendiados y novelados como Ana
Mendoza. Su fama de alocada, voluble, caprichosa y estridente ha sobrevivido
por encima de la realidad de su vida. Los retratos que se conservan de ella,
con el parche que le cubre el ojo derecho y su aire altivo y a la vez seductor,
añaden aún más atractivo y misterio a una figura que tuvo un protagonismo de
primer orden en uno de los episodios más polémicos del reinado de Felipe II,
como el asesinato en 1578, por orden del rey y a instigación de su secretario
Antonio Pérez, de Juan de Escobedo. Con todo, los acontecimientos que se conocen
de su vida no inducen a pensar que su comportamiento fuese sinónimo, exclusivamente,
de alocamiento o “caprichosidad”, sino también de radicalidad, superación de la
adversidad y autenticidad. De cualquier manera, las contrariedades y vicisitudes
que atravesó desde su niñez no le permitieron tener una vida armoniosa y, desde
luego, su comportamiento y actividad se explican por causas más racionales que
por los ciegos amoríos falsamente atribuidos[4].
Ana de Mendoza de la Cerda
constituye un ejemplo de los riesgos que corrían las mujeres que intervenían en
política, una actividad que tradicionalmente se ha interpretado como propia de
los hombres. Es por todo ello, que me parece muy importante poner en valor esta
figura y que merece muchísimo la pena
conocer.
[1] https://www.cultura.gob.es/cultura/areas/archivos/mc/archivos/nhn/exposiciones/exposiciones-temporales1/mujer-nobleza-poder-2023.html
[2] Alegre
Carvajal, Esther “Ana de Mendoza y de la Cerda. Princesa de Éboli”, en Damas de
la Casa de Mendoza. Historias, leyendas y olvidos. Ediciones Polifemo, 2014,
pp. 578-617.
[3] https://www.cultura.gob.es/cultura/areas/archivos/mc/archivos/acv/actividades/doc-destacados/chancilleria-ana-mendoza-princesa-eboli/documentos.html
[4] https://dbe.rah.es/biografias/6307/ana-mendoza-de-la-cerda
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